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El director de Tony Manero, hijo del ex presidente de la UDI, se refirió a las responsabilidades políticas de la crisis artística vivida a partir de 1973.
El cineasta Pablo Larraín (31), director de la película Tony Manero, protagonizada por Alfredo Castro y que fue presentada en el último Festival de Cannes, dijo hoy que la derecha chilena es "responsable directa" del apagón cultural que sufrió el país durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).
"En Chile, la derecha es responsable directa, a través del gobierno de Pinochet, de lo que pasó con la cultura en esos años, no solo con la eliminación y la no propagación de ella sino, también, en la persecución de autores y artistas", señaló Larraín.
"Chile estuvo casi veinte años sin posibilidad de expresarse desde el punto de vista artístico" y ahora "hay que reactivar una cultura y una forma de pensar el cine, que estuvo asfixiada, y ese engranaje no es automático, es lento", agregó el también hijo de Hernán Larraín, ex presidente de la UDI.
Pese a haberse criado en el seno de una familia conservadora, Pablo Larraín consideró que "la derecha en el mundo no tiene mucho interés por la cultura y eso revela la ignorancia que probablemente tienen, porque es difícil que alguien disfrute o se encante con cosas que no conoce".
En su segundo largometraje, el director chileno retrata la historia de un bailarín que, en tiempos de dictadura, se esfuerza por imitar a Tony Manero, el personaje de John Travolta en la película Fiebre del Sábado Noche, que presenta como "un ícono de la cultura pop norteamericana".
Larraín pretende así "internarse en las texturas de la época, a través de una historia muy sencilla que puede funcionar como una metáfora de lo que estaba pasando en Chile en aquellos años", cuando se comenzó a importar modelos económicos y sociales de Estados Unidos", explicó.
La película, que tuvo muy buena acogida en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes de 2008, se presentará en el Festival Internacional de Cine de Santiago (SANFIC), que se realizará entre el 19 y el 25 de agosto. Luego se proyectará en las pantallas chilenas.
Larraín no sabe qué recepción tendrá la cinta entre el público chileno pero confiesa su interés por indagar en ese periodo de la historia, ya que a su juicio "hay una zona de nuestra idiosincrasia que tiene su origen en esos años y, para entender lo que está pasando hoy en día, es muy interesante ir hacia atrás".
El éxito de su segundo largometraje contrasta con las críticas que recibió su ópera prima, Fuga (2006), que Larraín observa como un paso en el proceso de aprendizaje que le permitió valorar "la economía de recursos narrativos y entender que lo más importante es tener una perspectiva humana de las cosas".
"Lo importante es el punto de partida, que tiene que ver con una emoción humana, y cuando uno se aproxima, con honestidad, ese segmento que expone al público puede tener importancia en quienes la ven", reflexionó. Y agrega, "hacer una película es un acto de libertad, y en ella existe la posibilidad de equivocarse", reconoció.
El realizador tiene ahora diversos proyectos en mente, aunque prefiere mantenerlos "en una zona muy privada para poder escribirlos, diseñarlos y crearlos con libertad", y aportar así nuevos puntos de vista a la industria cinematográfica nacional, que considera "muy sana y bastante transparente en sus intenciones".
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